viernes, 30 de abril de 2010

EL ESCLAVO COMO FUERZA PRODUCTIVA EN LA ROMA ANTIGUA


La esclavitud es un fenómeno tan antiguo como la guerra y la propiedad, no obstante en diferentes periodos históricos y condiciones socio económicas particulares se ha manifestado de maneras bien distintas.

El objeto de este escrito es retratar y reflexionar sobre el papel del esclavo como fuerza productora en la sociedad Romana Antigua, por lo que me dejare en el tintero otros aspectos de esclavo romano, como por ejemplo su papel en el servicio domestico.

Aunque no es mi objetivo realizar un estudio extenso de la esclavitud en la antigüedad resultaría adecuado, a modo de introducción, realizar un pequeño repaso del papel que ha jugado esta aborrecible institución a lo largo del mundo antiguo.

En el ámbito Mesopotámico tenemos ya información sobre el desarrollo del esclavismo desde tiempos muy remotos, no obstante cabe destacar, que en Sumer, Akkad o Babilonia no constituían los esclavos la base de la producción. La condición de estos esclavos era diferente a la que se desarrollaría posteriormente en la sociedad grecorromana. En este ámbito el esclavo tenía un status jurídico limitado y podía, con restricciones, poseer bienes, pero en ningún caso no era considerado un objeto. Los esclavos de los hititas por ejemplo, podían poseer asnos y bueyes, en el derecho sumerio los hijos de la unión de una esclava con su dueño eran considerados legítimos y tenían derecho al reparto de la fortuna del padre.

En el Egipto Antiguo encontramos una situación similar a la desarrollada en el ámbito mesopotámico. Los datos más antiguos sobre la esclavitud en Egipto datan del Imperio Medio (2025-1795), pero no será hasta el Imperio Nuevo (1550-1070 a.C.) cuando los esclavos tengan un papel significativo en el trabajo agrícola, este aumento de la población sometida a la esclavitud esta en lógica relación con el proceso de expansionismo militar llevado acabo por el estado egipcio en este periodo. No obstante hay que señalar que en Egipto la esclavitud estaba fundamentalmente ligado al servicio domestico. El esclavo egipcio difícilmente puede ser comparado con el servus romano o el duolos de la Grecia Clásica. Los esclavos egipcios podían casarse legalmente y tenían un derecho de propiedad limitada, las familias de esclavos no podían ser separadas y el esclavo manumitido poseía los mismos derechos que el resto de los súbditos. Según G. Guenter[1]en el Antiguo Egipto podemos situar la figura del esclavo en status intermedio entre los bienes y las personas.

En China, en época de la dinastía Zhou (1050-256 a.C.) el esclavo, como en el caso anterior desempeñaba funciones de ámbito domestico, era principalmente de de sexo femenino y se vinculado a la producción textil. Los prisioneros de guerra masculinos, si no eran finalmente ejecutados, se destinaban a diversas funciones domesticas como el cuidado de ganado, y tras unos años de servicio eran liberados.

Junto a estos esclavos privados hubo también una esclavitud pública integrada por aquellos que quebrantaban la ley y sus familias que trabajaban en diversas actividades de interés público.

En cualquier caso los esclavos no podían ser maltratados ni asesinados y en el momento de su liberación alcanzaban la mayoría de edad jurídica.

Para la Grecia Micénica tenemos pocos datos sobre la situación concreta del esclavo, los micénicos los denominaban ra- wy-ja-ja, si eran obtenidos como botín de guerra, o qui-ri-ja-tó si eran comprados, también sabemos que podían ser de carácter privado o estatal, pero ante la falta de datos nos resulta difícil establecer comparaciones con la esclavitud clásica o la próximo oriental.

En la Grecia arcaica la situación del esclavo es casi desconocida. Además existe cierta confusión con su nomenclatura. En las tablillas de lineal b se les denomina do-e-ro (similar al doulos clásico) pero en las fuentes homéricas encontramos palabras diferentes: oikeus, dmos, drester y amphipolos, el problema es que algunas de estas palabras se aplican indistintamente a esclavos y trabajadores del oikos, esta ambigüedad en la nomenclatura nos indica quizá una situación poco definida. El esclavo de la Grecia Arcaica estaba integrado en el oikos, pero a diferencia del resto de sus miembros el dueño tenia derecho de vida y muerte sobre el.

Los hilotas son un tipo característico de población sometida por el estado espartano. Resulta difícil dar una explicación convincente sobre la situación jurídica de este grupo social. Tucidides califica a los hilotas como esclavos [2] pero atendiendo a otras fuentes literarias se percibe que la condición de los hilotas era diferente al común de los esclavos griegos. Como señala Pausanias los hilotas no eran esclavos particulares sino esclavos del estado Espartano pero que servían a un particular. El lexicógrafo Pollux califica a los hilotas como un grupos social “entre la libertad y la esclavitud”.

Pilar Fernández Uriel[3] considera a los hilotas, más que esclavos en el sentido estricto del termino, algo más parecido a siervos adscritos a un lote de tierra (kléros). Esta forma de reducción a la servidumbre “en masa” de una comunidad concreta, es un tipo de práctica muy arcaica que encontramos en otros lugares del mundo griego: los Penestai de Tesalia, los Klarotai y Mnoites de Creta, los Gimetai de Argos, los Kiliroi de Siracusa etc.

La concepción del esclavo que se desarrollara en la Grecia Clásica, sobre todo en Atenas, es mucho más parecida a la que encontraremos en el mundo romano que el resto de los casos expuestos anteriormente.

Los esclavos griego en época clásica carecían por completo de personalidad jurídica, por tanto carecían de derechos legales y eran incapaces de apelar ante los tribunales aunque si podían, si el tribunal lo consideraba oportuno ser testigos en juicios. No existía una actividad específicamente servil (exceptuando el trabajo en las minas) y eran fundamentalmente empleados en grandes explotaciones agrícolas o manufactureras y también en el servicio domestico de aquellos que se lo pudiesen permitir, pues todas las fuentes hacen referencia a su elevado precio, lo cual hacia que las manumisiones fuesen más bien escasas. Si alcanzaban la manumisión su condición jurídica se igualaba a la de los metecos. Su propiedad podía ser pública o privada.

No se constatan rebeliones de esclavos en Atenas (aunque si fugas), esto muestra una falta de conciencia de clase, pero también probablemente que su numero no era muy abultado respecto al resto de la población. Existían ciertas leyes que protegían la integridad física del esclavo, más que por filantropía por que eran un instrumento costoso que no se podía desperdiciar así como así.

Como es obvio en una sociedad pre- industrial la actividad productiva fundamental es la agricultura. En la región del Ática la estructura de propiedad de la tierra predominante era la pequeña propiedad privada de 5 a 2 hectáreas. Este tipo de explotación familiar escasamente rentable no permitía por su tamaño, ni por su productividad incluir grandes cantidades de mano de obra esclava, si es que incluía alguna. Los trabajadores asalariados (thetes) se daban sobre todo en las propiedades de mayor extensión poseídas por aristócratas o por los templos. En este tipo de propiedades de mayor tamaño si se empleaba una proporción de mano de obra servil.

Otra actividad económica donde el empleo de mano de obra esclava tenia sentido era en grandes unidades de manufacturas especializadas, como la conocida fabrica de armas en el Pireo poseída por los metecos Lisias y Polemarco que contaba con más de 120 esclavos, aunque este tipo de grandes empresas manufactureras era más la excepción que la regla, si bien es cierto que los pequeños talleres de artesanos contaban con una limitada cantidad de mano de obra esclava.

Minas y canteras se configuraban como importantes fuentes de ingresos para las poleis , Se consideraba un sector importante y era patrimonio del estado aunque se concedía su explotación a particulares. En este sector a diferencia de los anteriormente descritos la mano de obra servil era fundamental. Las condiciones de trabajo eran penosas y la esperanza de manumisión escasa, los trabajadores esclavos de las minas y canteras eran el escalafón más bajo de la sociedad griega.

En la construcción y mantenimiento de edificios públicos también era importante la mano de obra servil.

Resumiendo lo anteriormente expuesto, en la Grecia clásica, en la que el sector económico fundamental era la agricultura caracterizada por la pequeña explotación familiar, la mano de obra esclava no constituía un factor determinante en la economía, no era una condición sin equa non para el mantenimiento de la estructura económica. Si bien es necesario señalar que si constituía un complemento importante para el soporte de ciertos sectores productivos. Por tanto siendo el pequeño propietario y el trabajador asalariado elemento cuantitativos muy superiores a la mano obra servil, en mi opinión no se puede aplicar el calificativo de esclavista al modelo económico de la Grecia antigua, aunque no debemos arrojar este epíteto al cubo de basura de la historia como veremos más adelante.

En la sociedad romana existen términos muy antiguos para designar al hombre dependiente de una unidad familiar: anculus, ancilla y famul, palabras con seguridad de origen itálico.

En la Roma monárquica y en los primeros tiempos de la república la concepción de la esclavitud era similar a la existente en el próximo oriente. El famul se encontraba íntimamente ligado a la unidad familiar y no era considerado un objeto como lo seria más tarde el servus. Este tipo de semi-esclavo domestico seria parecido a los dmos de la Grecia Arcaica.

A lo largo de los siglo V y IV Roma se vera involucrada en un proceso expansionista que la configurara como la potencia dominante en su entorno más inmediato y posteriormente en toda Italia continental. En esta franja de tiempo no solo se irán fraguando las bases del imperialismo romano, si no que se producirán una serie de conflictos y tensiones sociales que vendrán a configurar lo que se conoce como estado patricio-plebeyo. La esclavitud aunque presente en tiempos muy remotos irá transformándose y adaptándose a los giros de la economía romana como veremos más adelante.

La Lex Plautia-Paipiria del 367 a.C. suprimió la esclavitud por deudas conocida como nexum, pero el contacto de Roma con las economías más desarrolladas de Campania y la Magna Grecia y el aumento del suministro de esclavos como consecuencia del proceso de expansión militar hizo que se fuese desarrollando un concepto de esclavitud más parecido al modelo griego clásico.

En el derecho romano el esclavo era considerado como cosa (res). Me parece muy descriptivo sobre el concepto que tenían los romanos de la figura del esclavo el termino instrumentum vocale, es decir un instrumento dotado de voz. Esta condición jurídica traía como consecuencia que el esclavo no podía poseer, no podía contraer matrimonio legal y estaba desprovisto de cualquier tipo de protección jurídica.

Como hemos comentado antes la importancia del esclavismo en la sociedad y la economía romana no se puede desligar de la propia evolución histórica del estado.

La agricultura constituía la base económica de la sociedad romana. Hasta comienzos del siglo III coexistía en Italia una gran propiedad con la pequeña y mediana explotación familiar, estos pequeños propietarios no eran solo los principales productores si no que su condición de propietarios les obligaba a servir en las filas de las legiones de base ciudadana, similar en su concepción a los ejércitos de las poleis griegas.

Las guerras púnicas supusieron un cambio radical tanto en la posición de Roma en el mundo Mediterraneo como en la propia organización socio económica del estado. El expansionismo romano hizo afluir una ingente cantidad de riquezas conseguidas mediante botines saqueos e imposiciones económicas a los territorios conquistados. Los beneficiarios de estas riquezas fueron fundamentalmente los oligarcas senatoriales que encauzaron sus beneficios hacia un nuevo tipo de agricultura de marcado signo latifundista que significa la ruina del pequeño y mediano propietario.

Las devastaciones de la guerra, las largas ausencias provocadas por el servicio militar y la incapacidad de competir con los precios de las explotaciones latifundistas, hicieron que muchos campesinos tuviesen que endeudarse con los grandes propietarios, deudas que finalmente no podían pagar y obligaban a vender aprecios bajos sus haciendas a los terratenientes.

La pequeña propiedad no desapareció por completo, pero pasó de ser la base de la economía romana a ser relegada a un papel secundario tras el desarrollo de nuevos tipos de explotación: la villa, y el latifundium

La primera de ellas es descrita con bastante precisión por Catón el viejo en su obra De Agricultura, retrata de una explotación de tipo medio, pero cuya mano de obra es fundamentalmente servil. Se trata de una explotación, según Caton, con un tamaño de 240 yugadas (60 hectareas) de Olivos, en su obra llega a la conclusión de que para su aprovechamiento hacen falta 13 esclavos, 18 en el caso de un viñedo de 100 hectáreas. Es curioso como Caton da consejos sobre la utilización de los esclavos. Sobre su tato por ejemplo dice:

“No es necesario ser amable con los esclavos; basta con tener cuidado de que no sufran ni frío ni hambre.”

También recomienda que el capataz le haga trabajar duro, ya que según dice la ociosidad favorece el robo y el crimen.

El latifundium presenta un modelo bien distinto a la explotación ideal descrita por Catón. Surge como hemos visto el siglo II a.C., geográficamente comienza a desarrollarse en El Sur de Italia, Sicilia y Cerdeña para después pasar al Norte de África y otras partes del Imperio. Se trata de explotaciones ganaderas y con base de monocultivo cerealista de carácter extensivo. A diferencia de la explotación catoniana, el latifundium, comprende varios cientos de hectáreas (en Sicilia no eran raras las explotaciones de 500 hectareas), y es trabajado no por unas decenas si no por cientos y miles de esclavos. El latifundum es el máximo exponente de la economía esclavista.

La orientación de la agricultura en poder de las élites hacia una economía racionalizada destinada al mercado, exigía la disposición de mano de obra barata, que fue proporcionada por la afluencia de centenas de miles de prisioneros de guerra. Esta abundancia de oferta de mano de obra esclava estaba alimentada por el proceso expansionista, lo que hacia que los esclavos no especializados fuesen en el siglo II a.C. muy baratos. El mercado se complementaba con la reproducción (vernae, eran los esclavos nacidos en casa) y acciones piráticas que confeccionaron un verdadero mercado de personas en el mediterráneo antiguo, en la ciudad de Delos por ejemplo, según nos cuenta Estrabón se vendían hasta 10 000 esclavos por día.

El rasgo fundamental de la esclavitud romana en su época de expansión (de los siglos II a.C. a II d.C.[4] ) es el carácter del esclavo como mero elemento de explotación que es necesario sacar el máximo partido, y es por tanto este periodo donde el trato a los esclavos se vuelve más cruel e inhumano. A mi entender es en este lapso temporal y no en otros cuando podemos afirmar que en Roma se desarrolla un modo de producción esclavista, ya que el grueso de la producción agraria (pero también otras actividades) descansaba sobre mano de obra no libre. Max Weber define muy bien esta situación: “La antigua explotación por esclavos devora tantos hombres como carbón nuestros altos hornos”[5].

La explotación esclavista se dejaba al mando de un encargado conocido como villicus, un esclavo de confianza del señor, a este esclavo especial el dueño le permitía contraer un matrimonio extra jurídico (contubernium), y le permitía también extra jurídicamente poseer unas cabezas de ganado.

El trabajo esta rigurosamente disciplinado, se organiza a los esclavos en secciones (decuriae), que formaban antes de partir al trabajo, estas secciones estaban al mando de un capataz (monitor). Los esclavos vestían todos las mismas prendas, que eran inspeccionadas mensualmente. Los esclavos dormían en establos junto al ganado y comían todos juntos bajo la supervisión de los capataces.

Como señala Weber, la organización del trabajo en las grandes propiedades esclavistas tiene características muy parecidas a la vida cuartelaría.

Los castigos aplicados a los esclavos que tenemos documentados son realmente espeluznantes, aparte del encadenamiento o el apaleamiento, existían: la quema con laminas de metal candente, el eculeus (se trataba de un artilugio que despedazaba las articulaciones), la mutilación, el crucifagium o fractura violenta de las piernas etc.

A los esclavos fugitivos calumniadores o ladrones se les escribía en la frente (stigma nota) con un hierro candente, las letras FUG, KAI, FUR, según su delito.

Hasta época de Adriano el dueño (dominus) tenía derecho de vida y muerte sobre el esclavo, en los casos más graves se aplicaban condenas a muerte no exentas de tortura previa, como la crucifixión, la exposición a las fieras del circo o la aplicación de la tunica molesta, un ropaje untado en pez al que se le prendía fuego.

En el último tercio del siglo II a.C. y en el primero del siguiente se produjeron una serie de revueltas serviles que son el exponente más claro de las contradicciones sociales que estaba produciendo el sistema de producción esclavista.

La primera revuelta servil de proporciones importantes tuvo lugar en los años 137-132 a.C. en Sicilia. En esta época Sicilia era el granero de Roma, las exigencias de productividad hacían las condiciones de trabajo de los esclavos verdaderamente penosas. Los esclavos huían y formaban partidas que asaltaban los caminos y las propiedades, la banda más importante estaba dirigida por un esclavo de origen Sirio llamado Euno, de esta situación se acabo pasando a una rebelión abierta. La tensión estallo finalmente en Enna en las propiedades de un terrateniente conocido como Demofilo.

La insurrección fue creciendo en proporciones geométricas, 30 días mas tarde de su estallido, Euno, que había sido proclamado rey de los esclavos, reunía un ejercito de 20 000 individuos en su mayoría esclavos sublevados pero también hombres libres depauperados. Los rebeldes ocuparon Enna, Agrigento, Catana y Tauromenion. Las legiones enviadas para sofocar la rebelión fracasaban una y otra vez y durante cinco años los esclavos permanecieron en pie de guerra, finalmente el cónsul Publio Rupilo consiguió derrotar a los rebeldes, los prisioneros fueron crucificados.

A pesar de estos terribles sucesos la historia se volvió a repetir 30 años más tarde, del 104 al 101 a.C. se produjo una nueva insurrección de los esclavos de los latifundios sicilianos, dirigida por dos esclavos conocidos como Salvio y Atenión. Cuando perecieron ambos lideres la insurrección perdió fuerza y los esclavos fueron derrotados en el asedio de Tricala.

Como señala Marc Bloch[6].el esclavo es mal trabajador, su rendimiento en todos los sistemas es generalmente bajo, además es un bien perecedero, si un patrón pierde a un obrero puede remplazarlo por otro pagándole el mismo salario que al anterior, pero si un esclavo muere prematuramente, su dueño, pierde la suma que tenia que haber sido amortizada a lo largo de la vida del esclavo, además también hay que tener en cuenta el coste añadido que supone la vigilancia de una masa considerable de esclavos. Estas carencias no se dejan sentir cuando el precio del esclavo es bajo, ya que se les puede explotar hasta limite de sus capacidades físicas y si uno muere es rápidamente sustituido por otro, esta es la situación, que como hemos visto se desarrollaba en época tardo republicana.

A medida que avanzaba el tiempo se fue haciendo más difícil conseguir mano de obra esclava para los trabajos agrícolas, ya que esta fue aumentando su precio, en consecuencia los esclavos agrícolas fueron paulatinamente sustituidos por trabajadores libres arrendatarios, pero no obstante aunque la mano de obra fue adquiriendo un carácter mixto arrendatario-esclavo, la mayoría de las grandes explotaciones alto imperiales descansaban sobre mano de obra servil. Cabe resaltar que el trato a los esclavos fue mejorando respecto a las durísimas condiciones de época tardo republicana, esto es lógico, ya que al ser una herramienta más costosa se debe tener más cuidado en su uso.

En el bajo imperio se produjeron una serie de cambios en el sistema de propiedad de la tierra, que se venían anunciando desde finales del siglo II d.C. que afectaron también al status de la mano de obra agrícola. Aunque siguió existiendo el latifundium , se produjo un fenómeno de dispersión de la propiedad. La gran propiedad bajo imperial más característica esta compuesta por multitud de fundi (parcelas) dispersos geográficamente.

Los cambios en el régimen de propiedad trajeron consigo cambios en el status de la mano de obra. En los grandes latifundios pronto la mano de obra esclava se volvió poco rentable y en consecuencia se fueron parcelando y entregando en arriendo a colonos libres. Es muy significativo que en el único tratado de agronomía bajo imperial, Opus agricultureae de Paladio, no haga referencias al uso de esclavos. Solo en la mediana propiedad donde el propietario no era absentista y controlaba directamente la producción y el control de los esclavos no resultaba un problema se mantuvo el empleo de mano de obra servil.

Así el colono jurídicamente libre se configura como la mano de obra característica del bajo imperio, pero su status difirió en gran medida del colono arrendatario alto imperial, ya que poco a poco se transformo en un campesino adscrito a la tierra que trabajaba, proceso que fue impulsado mediante legislación estatal.

El desarrollo de la adscripción a la tierra fue un fenómeno desigual geográfica y cronológicamente, por lo que resulta complejo bosquejar una imagen uniforme.

Un paso importante en este sentido fue la legislación de Constantino del 332, que autorizaba al propietario de tierras a tratar como esclavos fugitivos a aquellos colonos fugados de su tierra de trabajo. Otra disposición de Valentiniano prohíbe a los campesinos abandonar sus tierras de labor. Este colono adscrito estaba exento de pagar al fisco y era el propietario de la tierra quien debía recoger los impuestos, cometiendo todo tipo de abusos, que el estado intento en vano controlar. Con el paso del tiempo la adscripción se volvió hereditaria y generaciones enteras quedaron atadas al trozo de tierra que trabajaban.

Mediante el colonato los grandes propietarios se aseguran mano de obra que trabajaba sin necesidad de usar el látigo y el estado encuentra un medio barato para recaudar los impuestos que gravaban la producción agrícola.

BIBLIOGRAFIA

- A.A.V.V., El modo de producción esclavista, Madrid,1986.

- A.A.V.V., La transición del esclavismo al feudalismo, Madrid, 1989.

- Bravo, G, Historia de la Roma Antigua,

- Mosse, C, El trabajo en Grecia y Roma, Madrid,1980.

- Roldan Hervás, J.M., Historia de Roma, Salamanca, 1995.

- Uriel Fernandez, P, Introducción a la Historia Antigua II, El mundo Griego,Madrid,1992



[1] “ Problemes teoriques de la societé esclavagiste”, Recherches Internationales á lumiere du marxisme, 2, 1953.

[2] “ Si se sublevan los esclavos, los atenienses ayudaran a los lacedemonios con todos sus medios y en la medida que estos se lo permitan”, Historia de la Guerra del Peloponeso, V, 23, 3

[3] Fernandez Uriel, P, Introducción a la Hitoria Antigua II, El mundo griego, Tomo I, Madrid, 1993

[4] Roldan Hervás, J.M., Historia de Roma, Salamanca, 1995

[5] La decadencia de la cultura antigua sus causas sociales, en La transición del esclavismo al fudalismo, Madrid, 1989.

[6] Como y porque termino la esclavitud antigua, en, A.A.V.V, La transición del esclavismo al feudalismo, Madrid,1989.

LOS PRIMEROS PASOS DEL ANARQUISMO ARGENTINO (1880-1900).


Orígenes del anarquismo argentino. Exilio e inmigración.

La introducción del anarquismo en Argentina se vincula directamente a los flujos migratorios procedentes de Europa Occidental. No sólo por la llegada de trabajadores simpatizantes, sino especialmente por la tendencia de los exiliados políticos a refugiarse en el continente americano. Durante la década de 1870, tras la desmembración de la I Internacional y la trágica experiencia de la Comuna de París, gran número de militantes y propagandistas anarquistas fueron a parar a Argentina, donde intentaron proseguir su actividad política. Como núcleos de origen destacan los grandes centros libertarios de la Europa finisecular: España, Italia y, en menor medida, Francia y Bélgica. Tras su llegada a Hispanoamérica, estos individuos formaron rápidamente grupos de afinidad con sus compatriotas, de forma que existió un nítido continuismo entre las tendencias del anarquismo europeo y sus primeras expresiones en suelo argentino. Este elemento es de suma importancia, ya que puede considerarse que la ideología libertaria fue literalmente trasplantada al otro lado del Atlántico, conservándose intactas las corrientes teóricas y las preocupaciones prácticas dominantes en Europa. La fundación de los primeros círculos anarquistas se remite a la década de 1880, cuando los recién llegados se agruparon en función de su nacionalidad para emprender labores de propaganda y discusión teórica. Nos hallamos ante una actividad dirigida por y para los inmigrantes europeos, que no traspasa las barreras de las comunidades de origen.

En 1885, la llegada de Errico Malatesta, una de las grandes figuras de la historia del anarquismo, contribuyó a fomentar las relaciones entre estos círculos dispersos y a estimular su organización interna, pero permaneciendo dentro de los límites de la comunidad italiana. Por estas fechas se inicia lo que podríamos considerar como una segunda fase en la evolución del anarquismo argentino, en la que se dan los primeros pasos para la creación de un movimiento autóctono. Sin embargo, es muy significativo que las publicaciones impulsadas en esta época se limitaran a publicar copias y traducciones de artículos europeos, sin atender a los problemas y particularidades del país.

El debate en torno a la organización.

El aumento de la agitación obrera en el tránsito del siglo XIX al XX, puso al movimiento libertario en una encrucijada decisiva: ¿debía conservarse la pureza ideológica que aseguraban los grupos de afinidad, o participar de forma activa en los sindicatos, colaborando con elementos no anarquistas? El debate en torno a la conveniencia de trabajar por la creación de un movimiento obrero de masas de corte libertario, desembocó en la formación de dos grupos enfrentados en el seno del movimiento anarquista argentino: los “pro-organización” y los “anti-organización”.

En 1887,un grupo de panaderos fundó la Sociedad de Resistencia y Colocación, que constituyó el primer sindicato obrero de influencia anarquista. El propio Malatesta escribió los estatutos de la sociedad, que constituyen un alegato a favor de la organización sindical de los trabajadores libertarios, así como de la futura constitución de una Federación de carácter nacional. Este hecho desataría una campaña del sector “pro-organización” a favor de la transformación de los gremios en sociedades de resistencia de corte libertario.

La oposición ante este proyecto de infiltración en los sindicatos provendría de las filas del anarco-comunismo, corriente surgida en Europa a finales de siglo XIX como alternativa a las ideas colectivistas que dominaban el pensamiento libertario[1]. Su principal inspirador es Kropotkin, cuyo trabajo La conquista del pan tuvo una amplísima circulación por Argentina, en ediciones de bajo coste, constituyendo una de las principales referencias teóricas del movimiento. En sus primeros momentos, el comunismo caló entre los grupos más radicalizados y más reacios a la organización y la lucha públicas, por lo que tradicionalmente se ha asociado con la estrategia de la “propaganda por el hecho”. Este punto ha de matizarse, pues el propio Kropotkin, al contrario de lo que suele afirmarse, fue muy reacio a la táctica del atentado individual. Sin embargo, es indudable que, en Argentina como en Europa, las ideas comunistas calaron en primera instancia en los núcleos más partidarios de la violencia insurreccionalista, que desconfiaban de la actividad sindical y de la eficacia de la huelga como instrumento de lucha.

La primera plataforma de difusión de las ideas comunistas “anti-organización” fue El Perseguido, publicado desde 1890. Desde este periódico se defendió que la lucha sindical contribuía a integrar a los obreros en el sistema capitalista, ahogando su iniciativa revolucionaria y acomodándolos al orden existente. Por otro lado, a través de un argumento similar al de la “ley de bronce”, se afirmaba que las luchas huelguísticas por obtener mejoras salariales eran inútiles, pues los patronos compensarían las subidas aumentando el precio de los medios de subsistencia. En general, se desconfiaba de todo tipo de organización permanente, especialmente de la federación, que, pensaban, introduciría criterios centralistas en la toma de decisiones.

Todo intento de articular un movimiento sindical se veía como un peligro de institucionalización del anarquismo, que asfixiaría los impulsos hacia la verdadera emancipación. Frente a la organización gremial los anarco-comunistas defienden la formación de pequeños grupos de afinidad, reunidos para un fin concreto y disueltos inmediatamente. A la estrategia huelguística oponen la propaganda, la agitación y la difusión de las ideas libertarias, como medios para despertar la conciencia revolucionaria de las masas.

Frecuentemente, sus opositores argumentaron que era absolutamente incoherente proclamarse comunista y, al mismo tiempo, negar los medios organizativos de lucha. La clave reside precisamente en que, para sus detractores, la organización ahogaba la iniciativa natural hacia la rebeldía que era consustancial a los oprimidos. Confiaban ciegamente en la espontaneidad de las masas, único motor posible del proceso revolucionario. Por ello, concebían que todo intento de encuadrarlas u organizarlas contribuiría a minar su impulso autónomo hacia la emancipación. Lo mismo sucedía con los líderes revolucionarios y con la vanguardia anarquista. Si intentaban orientar o dirigir al pueblo, sólo conseguirían neutralizar su vitalidad espontánea. Desconfiaban, en definitiva, de cualquier elite teórica o sindical que intentase encauzar los impulsos revolucionarios de los oprimidos, cuyos instintos emancipadores eran capaces, por sí mismos, de garantizar el triunfo de la anarquía. Por eso, lo único que podían hacer los militantes ácratas era propagar y difundir sus ideas, “revelar” la buena nueva revolucionaria para agitar el fermento insurreccional que latía en la conciencia de los explotados. Esta es la lógica que explica su apoyo a la “propaganda por el hecho”, pues creían que un atentado individual podía contribuir a despertar el instinto de revuelta inherente a las masas.

Los críticos de los “anti-organización” abducían que el funcionamiento de la sociedad comunista sería una quimera si sus cimientos no se construían en la actualidad. Las organizaciones de resistencia (sindicatos) habían de constituir un modelo y un ensayo general para poner las bases de la sociedad futura. En definitiva, se les achacaba que era imposible ser individualista en los medios y comunista en los fines. Sin embargo, para los “anti-organización”, la sociabilidad era una cualidad intrínseca al género humano, que había sido corrompida por la influencia nefasta del principio de autoridad. En cuanto la violencia y la coacción dejasen de ser los fundamentos del orden social, se asistiría al surgimiento automático de vínculos solidarios que garantizarían la armonía colectiva. La libertad de un individuo, como afirmaba Bakunin, comienza donde lo hace la libertad del otro. Frente al principio burgués de las esferas de libertad personal, se confía en que las voluntades individuales se armonizarán en el mismo momento en que desaparezcan los vínculos autoritarios. De forma automática, desaparecerán las fricciones y conflictos entre los hombres, pues no existe ninguna contradicción que impida compaginar los intereses contrapuestos de los individuos. Sólo rodeado de hombres libres puede una persona alcanzar su libertad, mientras que “la esclavitud de un solo ser humano es la esclavitud de todos”[2].

En general, entre los historiadores, reina una pequeña confusión proveniente del intento de colocar a cada corriente una etiqueta ideológica unilateral. Hay que señalar que, ni todos los comunistas son “antiorganizadores” ni a la inversa. Las dicotomías teóricas son coyunturales y se reducen a ciertos contextos, en los que asistimos a debates dónde suelen simplificarse las posturas en pugna. La oposición entre anarco-colectivistas y anarco-comunistas que he mencionado anteriormente, tuvo lugar en el contexto español, desde donde esta discusión se trasladó a Argentina. Pero no puede extenderse a los círculos italianos, donde, en general, entre los organizadores dominaban las posturas comunistas. El debate de la última década del siglo XIX se centra en un aspecto concreto: la organización; y sólo de forma secundaria adquiere un tono doctrinario (colectivistas VS comunistas).

Este elemento es fundamental para entender el surgimiento del segundo gran órgano del anarco-comunismo antiorganizador: El Rebelde. Comenzó a publicarse en 1898, justo un año después de desaparecer El Perseguido, pero se desarrolló en un contexto bastante diferente. 1898 fue el año de la llegada a Argentina de otro de los mitos del anarquismo italiano: Pietro Gori. Como Malatesta, era comunista y ferviente partidario de la organización, cuyos principios intentó estimular a través de una infatigable labor de conferenciante. Llevó a cabo una intensa campaña de proselitismo en las provincias, contribuyendo a la proliferación de grupos anarquistas más allá de los núcleos tradicionales de implantación. Pero, sobre todo, con su labor de propagandista, contribuyó a dotar de mayor cohesión y coherencia al anarco-comunismo pro-organización, que se convirtió paulatinamente en la corriente hegemónica en el seno del movimiento libertario argentino.

Esta creciente identificación entre comunismo y organización, provocó una reacción entre los comunistas detractores de la participación en los sindicatos, que emprendieron una enérgica campaña opositora utilizando como plataforma El Rebelde. Este nuevo periódico se convertiría, hasta su desaparición en 1903, en la voz de esta corriente crítica, que poco a poco se encontrarían aislada frente a la inmensa mayoría de los militantes, que ya pertenecían a la FOA[3]. La mayoría de los autores consideran que, la clausura del periódico y la integración de los círculos afines en la actividad sindical, supuso la derrota definitiva de la opción “antiorganización”. De aquí en adelante quedaría relegada hasta desaparecer por el triunfo y consolidación de la estrategia anarcosindicalista.

Los artículos de este periódico reflejan a la perfección las ideas-fuerzas del comunismo anarquista contrario a la organización. Declaran que “como táctica no aceptamos ninguna organización con programa ni mínimo ni máximo [...] porque estamos convencidos de que el individuo debe ser libre de sus facultades, lo que dentro de esa organización con tantos compromisos varios no lo puede ser, rindiéndose, al contrario, como instrumento ciego al movimiento organizado.” Por otro lado, desde los periódicos de esta corriente, siempre se defendieron y legitimaron los atentados individuales, recordando y alabando a sus ejecutores como mártires: “Aceptamos los actos individuales de cualquier forma que ellos se presenten [...] porque son útiles a la propaganda, puesto que despiertan a los cerebros adormecidos haciéndolos meditar en el porqué de tales hechos”[4].

Ya El perseguido había dado todo su apoyo a estos actos, desarrollando una intensa campaña dirigida a ensalzar y apoyar al español P. Pallás, ejecutado tras un intento de atentado contra Martínez Campos. Este periódico también defendió y glorificó a Ravachol, autor de varios atentados en Francia, dedicándole un editorial.

Los anarco-socialistas.

Frente a los anarco-colectivistas españoles, inspirados por las ideas de la FRE y la FTRE[5], los círculos pro-organización italianos suelen definirse como anarco-socialistas. Esta denominación, sin embargo, va indisolublemente unida a las ideas comunistas, lo que genera un notable caos terminológico que es necesario aclarar. Para Malatesta, uno de los principales representantes de esta corriente en Argentina, los conceptos socialismo y anarquía son compatibles porque pertenecen a niveles analíticos diferentes. El primero se refiere a la “esencia y objeto de la sociedad humana” mientras que el segundo responde a una de las formas posibles de organizar dicha sociedad.

Resumiendo, para Malatesta el socialismo responde a la naturaleza solidaria de las relaciones humanas, fundamentadas en vínculos de reciprocidad indisolubles que nos inducen a cooperar para alcanzar fines comunes. La anarquía constituye un método, un programa, para realizar en el plano práctico este principio social. En sus propias palabras “socialismo y anarquía no son términos antagónicos ni equivalentes; sino términos estrechamente ligados el uno al otro, como lo es el fin a su medio necesario, como lo es la sustancia a la forma en que se encarna.” El socialismo sin anarquía es el socialismo gubernamental, estatal; mientras que la anarquía sin socialismo “no podría ser más que el dominio de los fuertes.”[6]

En cuanto al comunismo de Malatesta, Gori y sus seguidores, sólo quiere decir, como ya he comentado, que defienden el principio: “de cada cual según sus posibilidades, a cada cual según sus necesidades”, frente al colectivista “a cada cual según su trabajo”. Es decir, se oponen a que los medios de producción pasen a ser propiedad de una colectividad, que restituya a cada miembro el producto íntegro de su aportación en forma de salario. En palabras de Kropotkin: “no podemos admitir con los colectivistas que una remuneración proporcional a las horas de trabajo suministradas por cada uno en la producción de las riquezas pueda ser un ideal, ni siquiera un paso hacia delante.”[7] En suma, vemos como, aunque parezca paradójico, no resulta incompatible ser anarquista, socialista y comunista a la vez. Si no se comprende esto es muy complejo adentrarse en el debate ideológico por el que atravesó el movimiento libertario argentino.

Las ideas anarco-socialistas constituyen el germen del anarcosindicalismo, al defender que, junto a la propaganda oral y escrita, la participación en las organizaciones gremiales ha de ser la estrategia capital de la actividad libertaria. La ideología anarquista ha de propagarse primordialmente en los medios obreros, pues constituyen el sector en el que, potencialmente, tiene más posibilidades de cuajar. Las nociones tradicionales, que, por encima de las clases sociales, dirigían el mensaje emancipador al “pueblo” o los “oprimidos”, comienzan a dejar paso a un novedoso acento sobre la liberación económica del proletariado. Como afirma Juan Suriano[8], la participación activa en el movimiento sindical, va a modificar sustancialmente el discurso “policlasista” dominante en el seno del anarquismo. Incluso asistiremos al surgimiento de una vertiente netamente obrerista, que cuestionará el papel de los intelectuales anarquistas; considerando que el trabajo manual es un requisito indispensable para participar en la actividad sindical y libertaria.

La corriente “pro-organización” se expresará a través de dos periódicos. El primero, L Avvenire, se publicaba desde 1895 y estaba escrito en italiano, siguiendo el modelo primigenio de la prensa anarquista. El segundo, La protesta Humana, constituye un verdadero hito dentro del movimiento libertario argentino. Se fundó en 1897, con el firme propósito de propugnar la entrada del anarquismo en los sindicatos, oponiéndose a la postura de El Perseguido y a la línea anarco-individualista. Sus páginas constituyeron una plataforma sólida para emprender la tarea de transformar los gremios en sociedades de resistencia, impregnadas de la ideología y los fines libertarios. Uno de los aspectos más destacados es su inusitada duración y continuidad, poco común en los periódicos anarquistas, que habitualmente atravesaban por complejísimos problemas de financiación. Ello se debe a que el movimiento en su conjunto se volcó con La Protesta Humana, contribuyendo a su viabilidad económica, a través de donaciones y suscripciones masivas. Por este motivo, además de representar nítidamente a una corriente, pronto se convirtió en “patrimonio común” de los anarquistas, en su más sólido y estable medio de expresión.

De hecho, a través de la evolución de La Protesta Humana podemos realizar un análisis del devenir del anarquismo en su conjunto. En el momento de su fundación respondía al modelo tradicional de este tipo de prensa: era un órgano de carácter teórico, que publicaba traducciones y reproducciones de las discusiones europeas. Pero, progresivamente se convirtió, de facto, en el vocero oficial del movimiento obrero de inspiración libertaria. Progresivamente, a medida que el debate sobre la organización se decantó definitivamente a favor de la participación en la FOA, la mayoría de periódicos fueron desapareciendo. Los opositores por falta de apoyo e influencia (como El Rebelde en 1903), mientras que los partidarios de su línea (como L’Avvenire en 1904) fueron siendo absorbidos por La Protesta Humana, que capitalizó las ayudas financieras y los lectores. Paulatinamente, la forma y el mensaje del rotativo fueron cambiando. Los contenidos teóricos, adaptados a los militantes de los círculos anarquistas preocupados por el debate intelectual; fueron dejando paso al paradigma de la prensa “de masas”, dirigida al conjunto de los trabajadores. Se informó periódicamente de las movilizaciones sindicales, se amplió la sección de “movimiento obrero” y se introdujo un mensaje adecuado para el gran público. Todo ello respondía al nuevo interés de los anarquistas por concentrar sus esfuerzos propagandísticos en los medios proletarios.

Los grupos críticos con esta estrategia, mientras tuvieron fuerza para hacerse oír, argumentaron que este proceso contribuía a “vulgarizar” y “depreciar” la ideología anarquista para adaptarla a un círculo más amplio. Eran partidarios de que el pensamiento libertario se dirigiese a aquellos militantes realmente concienciados, con la cultura y la formación suficiente como para comprender en toda su profundidad la teoría anarquista. Son frecuentes, por ejemplo, las quejas que afirman que el movimiento se ha convertido en poco más que una “moda”, difundida masivamente entre sectores que no promulgan con la ética ni el modo de vida libertarios.

Este proceso culminó cuando en 1904 el periódico cambió de nombre, pasándose a llamar simplemente La Protesta y convirtiéndose en diario. Poco después el intelectual anarquista Alberto Ghiraldo se hizo con la dirección e intentó convertirlo en un órgano al servicio de la FORA. Como relata Suriano, este intento se encontró con la virulenta respuesta de los “doctrinarios puros”, preocupados por la posible devaluación del mensaje libertario. En palabras de otro intelectual clave del movimiento, Eduardo Gilimón, “la FORA tenía un matiz anárquico pero en su esencia era un organismo obrero, dentro del cual había trabajadores sin ideales sociológicos y había socialistas. La Protesta [...] corre el riesgo de dejar de ser una publicación anarquista”.[9] Pero, a pesar de estas reticencias, el periódico acabó cumpliendo la función de portavoz del movimiento obrero, lo que consolidó el definitivo viraje del anarquismo hacia la participación en la actividad sindical. De hecho, en el IV congreso de la FORA (1904), figuraba un punto que establecía la necesidad de crear un diario obrero como órgano de la Federación. Pero, al constatar la existencia de La Protesta, se decidió entrevistarse con su redacción “a fin de ver si es posible que en las páginas del cotidiano anarquista se refleje más ampliamente todo el movimiento, en cuyo caso la Federación le prestaría apoyo material y moral.[10]

Finalmente, creo necesario puntualizar resumidamente algunas de las grandes diferencias teóricas que separaban a la corriente anarco-socialista de sus rivales “anti-organización” del El Rebelde. Los instrumentos de lucha predilectos de los primeros eran la huelga general y la propaganda oral y escrita. En cuanto a la primera, siguiendo la senda del anarcosindicalismo, opinaban que las luchas parciales aumentaban la conciencia revolucionaria de los obreros, les preparaban para el día de la emancipación y les entrenaban en el enfrentamiento directo con sus patronos. El sindicato servía para educar a los trabajadores y fomentar los vínculos de solidaridad; pero también constituía el germen del modelo de organización de la sociedad futura. Aquí residía el punto de fricción fundamental con los detractores de la organización. Para ellos, si el sindicato se convertía en regulador de la producción, la revolución degeneraría en un nuevo modelo de tiranía económica.

Al hablar de la ideología anarcosindicalista, es necesario mencionar la serie de artículos publicados en La Protesta Humana por el español Antonio Pellicer Paraire en 1900. Todos los autores coinciden en considerarlos como uno de los principales instigadores teóricos de la participación en los gremios, hasta el punto de que Abad de Santillán lo considera “el impulsor directo del congreso que llevó a la fundación de la Federación Obrera [la FOA]”. Sus ideas provienen de su militancia en la FRE española, de la que fue uno de los líderes más destacados. El título de los artículos, La Organización Obrera, es de por sí suficientemente ilustrativo. Para Pellicer Paraire la fuerza que había de adquirir la clase obrera para lograr su emancipación sólo podía provenir de la asociación de esfuerzos, de la organización Sus ideas sirvieron para superar la fe en la espontaneidad de las masas y en la fuerza de la propaganda y la crítica social. Para elaborar un instrumento organizativo capaz de preparar y asegurar el triunfo revolucionario era necesario dar un salto cualitativo con respecto al modelo gremial. En palabras de Abad de Santillán: “La organización obrera no debe ser un simple órgano de defensa, sino un instrumento para despojar a la burguesía de sus privilegios e instaurar un nuevo orden social”.[11]

Pellicer Paraire propugna un modelo societario fundamentado en el Libre Pacto de los trabajadores, siguiendo el modelo federalista de Bakunin. Este pacto ha de basarse en la solidaridad entre sus miembros y en el riguroso respeto de los derechos y libertades de los individuos dentro de la organización. El primer nivel lo constituyen las federaciones de oficio, creadas por los trabajadores de un mismo ramo. Fundadas en cada localidad, debían unirse para constituir federaciones regionales (equivalentes a las nacionales) y estaban destinadas a extenderse a nivel mundial. En una segunda dirección, se fomentará la asociación entre las diversas ramas de oficio dentro de una misma localidad y región. De esta forma se construirá un gran pacto federativo que vincule a los trabajadores siguiendo dos criterios paralelos: el profesional y el regional. Esta vasta organización obrera responderá a los siguientes propósitos: 1) mejorar las condiciones de trabajo; 2) prestarse los asociados mutuo y fraternal apoyo; 3) procurar a los adheridos instrucción y recreo; 4) practicar la solidaridad con todas las asociaciones obreras que sostengan idénticos propósitos; 5) encaminar todos los esfuerzos a la emancipación social[12]. En estos cinco puntos reside la esencia de la futura ideología anarcosindicalista.

Este hincapié en la organización, frente a la fe ciega en la espontaneidad popular, también se manifiesta en las nociones sobre la sociedad futura. Según las ideas de los comunistas “antiorganización”, los intereses de los individuos se verían automáticamente armonizados tras la revolución, estando de antemano garantizada la compatibilidad de las libertades personales. Para Malatesta, el gran teórico del anarco-socialismo pro-organización, las cosas no son tan simples. “Vana es, y completamente desmentida por los hechos, la creencia en una ley natural en virtud de la cual la armonía entre los hombres se establece automáticamente, sin necesidad de su acción consciente y querida. Aún destruyendo el Estado y la propiedad individual, la armonía no nace espontáneamente, como si la naturaleza se ocupara del bien y el mal de los hombres, sino que es necesario que los mismos hombres produzcan, establezcan esa armonía.”[13]

Del mismo modo, desde la prensa pro-organización se condenaron sistemáticamente los atentados individuales, considerados como impropios de la ética libertaria. En un manifiesto de protesta contra estos métodos, tras ridiculizar a los responsables y tacharlos de pedantes, fanáticos, miserables y canallas, se afirma: “no sabemos cómo podríamos efectuar un movimiento regenerador con medios depravados, porque creemos que las buenas doctrinas deben ir acompañadas de buenas obras. La anarquía es la paz, el amor...”[14] También el propio Malatesta criticaría vehementemente la violencia individual y los actos de venganza de aquellos que “se hacen árbitros de la vida y muerte de los demás y llegan a decir que ¡se tiene derecho a matar a aquellos que no piensen como nosotros¡”. Afirma en referencia a un atentado en Barcelona: Esto es ya algo peor que la venganza: es el furor morboso del místico sanguinario, es el holocausto sangriento sobre el ara de un Dios... o de una idea, que a la postre es lo mismo.” Frente a estas acciones reclama que los anarquistas no odian a nadie, ni luchan para vengarse, y recuerda que “una revolución libertadora, no puede salir del exterminio y del terror, que fueron y serán siempre generadores de tiranía.”[15]

El anarco-individualismo.

Constituye, sin lugar a dudas, la corriente más minoritaria y extravagante dentro del anarquismo argentino, representada fundamentalmente por el periódico Germinal, que, desde 1897, desarrolló una notable oposición al avance de los planteamientos societarios. No sólo se declaran individualistas en los medios (como los comunistas anti-organización), sino también en los fines. En cierta medida confían en la armonía natural posrevolucionaria, pero en algunos puntos sus planteamientos son mucho más llamativos. Se hallan fuertemente influidos por una lectura sui generis de Nietzsche[16], así como por El Único de Stirner o El individuo contra el Estado de Spencer. Como resultado de estas ideas, confían en que, tras la abolición de la autoridad, sobrevivirán y evolucionarán sólo los fuertes, mientras los débiles perecerán irremediablemente. Consideran el egoísmo con un elemento de progreso, despreciando el altruismo y a la ayuda mutua, y negando el elemento positivo del trabajo. Ven al individuo como una entidad soberana y autosuficiente, que ha de alcanzar la libertad mediante una lucha incesante contra la sociedad, que siempre es un factor de opresión. Finalmente, apoyan firmemente el atentado individual como forma idónea de lucha junto a la agitación, esbozando planteamientos marcadamente nihilistas.

Creo que será muy útil citar con sus palabras algunas de principales ideas-fuerza: “El altruismo convirtió al individuo en un rendido y en un obediente. [...] El individuo en quien no despertó el egoísmo no puede entender la vida.” “Como individualista no trazó sistemas morales, sólo sostengo que cada cual obrará según su propio temperamento... sostengo que vivan los aptos para la vida, desapareciendo los que no lo sean... Así marcho hacia la Anarquía.” [17] Como vemos, nos encontramos ante una curiosa mezcla del egoísmo nietzscheano con un planteamiento evolucionista cercano al darwinismo social.


BIBLIOGRAFÍA.

Abad de Santillán, Diego. La FORA. Ideología y trayectoria. Ed. Proyección. Buenos Aires, 1971.

Bakunin. El principio del Estado. Obras completas, Tomo4. Ed. La Piqueta. Madrid, 1979.

Kropotkin. La conquista del pan. Ed. Júcar. Madrid, 1977.

Malatesta, Errico. Escritos. Fundación Anselmo Lorenzo. Madrid, 2002.

Nietzsche, Friedrich. El ocaso de los ídolos. Ed. Edimat. Madrid, s.f.

Oved, Iaacov. El anarquismo y el movimiento obrero en la Argentina. Siglo XXI. México, 1978.

Suriano, Juan. Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires. Ed. Manantial. Buenos Aires, 2001.


[1] Los anarco-colectivistas, seguidores de Bakunin, eran partidarios del principio revolucionario “a cada cual según su trabajo”, en virtud del cual los individuos debían obtener un salario que reflejase la cantidad exacta de esfuerzo aportada a la comunidad. Frente a este sistema de remuneración por horas trabajadas, los anarco-comunistas defienden el lema “de cada cual según sus posibilidades, a cada cual según sus necesidades”, según el cual el individuo ha de tener acceso ilimitado a todos los bienes que necesite independientemente de lo que aporte.

[2] Bakunin. El principio del Estado. Obras completas, Tomo4. Ed. La Piqueta. Madrid, 1979.

[3] Federación Obrera Argentina. A efectos prácticos, podríamos considerarla como el “equivalente” de la CNT en Argentina. La FOA (posteriormente denominada FORA), fue una de las expresiones más exitosas del anarcosindicalismo, hasta el momento en que el elemento libertario perdió la hegemonía.

[4] Citas de El Rebelde incluidas en Oved, Iaacov. El anarquismo y el movimiento obrero en la Argentina. Pág. 94.

[5]La FRE (Federación Regional Española) constituye la sección de la I Internacional en nuestro país. Dominada indiscutiblemente por el elemento bakuninista (opuesta, por tanto, a la táctica marxista), permaneció activa entre 1869 y 1874 (al ser ilegalizada tras la Restauración). Cuando las condiciones políticas volvieron a permitirlo, en 1881, los anarquistas españoles abandonaron la clandestinidad y fundaron la FTRE (Federación de Trabajadores de la Región Española), disuelta en 1888 debido a la tensión interna entre colectivistas y comunistas.

[6] Malatesta, Errico. Escritos. Fundación Anselmo Lorenzo. Madrid, 2002.

[7] Kropotkin. La conquista del pan. Ed. Júcar. Madrid, 1977. Pág. 26.

[8] Suriano, Juan. Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires. Ed. Manantial. Buenos Aires, 2001.

[9] Citado en: Suriano, Juan. Anarquistas. Ed. Manantial. Buenos Aires, 2001. Pág. 191.

[10] Abad de Santillán, Diego. La FORA. Ideología y trayectoria.

[11] Abad de Santillán, Diego. La FORA.

[12] Op. cit.

[13] Malatesta, Errico. Escritos. Fundación Anselmo Lorenzo. Madrid, 2001. pp. 18-19.

[14]Citado en Oved, Iaacov. El anarquismo y el movimiento obrero en Argentina. Pp. 59-60.

[15] Todas las citas están extraídas de: Malatesta, Errico. Escritos. Pág. 31.

[16] La influencia de Nietzsche sobre ciertas corrientes anarquistas es un fenómeno sorprendente, especialmente cuando acudimos a la obra de este filósofo. Un magnífico ejemplo:“Cuando el anarquista, como portavoz de las capas sociales decadentes, reclama [...] “igualdad de derechos”, habla sólo bajo el peso de su propia incultura que le impide saber por qué sufre realmente, de qué es pobre: es decir, de vida. [...] Tanto el cristianismo como el anarquismo son decadentes. Pero incluso cuando el cristiano condena, calumnia y ensucia “el mundo”, lo hace movido por el mismo instinto que empuja al obrero socialista a condenar, calumniar y ensuciar la sociedad. El propio “juicio final” es, igualmente, el dulce consuelo de la venganza, la revolución que también espera el obrero socialista.” Extraído de: Nietzsche, Friedrich, El ocaso de los ídolos, Ed. Edimat. Madrid. Pp 123-124. (Los subrayados pertenecen al original).

[17] Citados en Oved, Iaacov El anarquismo... Pp. 81-82. El primer fragmento corresponde a Germinal y el segundo El escalpelo.