viernes, 30 de abril de 2010

LOS PRIMEROS PASOS DEL ANARQUISMO ARGENTINO (1880-1900).


Orígenes del anarquismo argentino. Exilio e inmigración.

La introducción del anarquismo en Argentina se vincula directamente a los flujos migratorios procedentes de Europa Occidental. No sólo por la llegada de trabajadores simpatizantes, sino especialmente por la tendencia de los exiliados políticos a refugiarse en el continente americano. Durante la década de 1870, tras la desmembración de la I Internacional y la trágica experiencia de la Comuna de París, gran número de militantes y propagandistas anarquistas fueron a parar a Argentina, donde intentaron proseguir su actividad política. Como núcleos de origen destacan los grandes centros libertarios de la Europa finisecular: España, Italia y, en menor medida, Francia y Bélgica. Tras su llegada a Hispanoamérica, estos individuos formaron rápidamente grupos de afinidad con sus compatriotas, de forma que existió un nítido continuismo entre las tendencias del anarquismo europeo y sus primeras expresiones en suelo argentino. Este elemento es de suma importancia, ya que puede considerarse que la ideología libertaria fue literalmente trasplantada al otro lado del Atlántico, conservándose intactas las corrientes teóricas y las preocupaciones prácticas dominantes en Europa. La fundación de los primeros círculos anarquistas se remite a la década de 1880, cuando los recién llegados se agruparon en función de su nacionalidad para emprender labores de propaganda y discusión teórica. Nos hallamos ante una actividad dirigida por y para los inmigrantes europeos, que no traspasa las barreras de las comunidades de origen.

En 1885, la llegada de Errico Malatesta, una de las grandes figuras de la historia del anarquismo, contribuyó a fomentar las relaciones entre estos círculos dispersos y a estimular su organización interna, pero permaneciendo dentro de los límites de la comunidad italiana. Por estas fechas se inicia lo que podríamos considerar como una segunda fase en la evolución del anarquismo argentino, en la que se dan los primeros pasos para la creación de un movimiento autóctono. Sin embargo, es muy significativo que las publicaciones impulsadas en esta época se limitaran a publicar copias y traducciones de artículos europeos, sin atender a los problemas y particularidades del país.

El debate en torno a la organización.

El aumento de la agitación obrera en el tránsito del siglo XIX al XX, puso al movimiento libertario en una encrucijada decisiva: ¿debía conservarse la pureza ideológica que aseguraban los grupos de afinidad, o participar de forma activa en los sindicatos, colaborando con elementos no anarquistas? El debate en torno a la conveniencia de trabajar por la creación de un movimiento obrero de masas de corte libertario, desembocó en la formación de dos grupos enfrentados en el seno del movimiento anarquista argentino: los “pro-organización” y los “anti-organización”.

En 1887,un grupo de panaderos fundó la Sociedad de Resistencia y Colocación, que constituyó el primer sindicato obrero de influencia anarquista. El propio Malatesta escribió los estatutos de la sociedad, que constituyen un alegato a favor de la organización sindical de los trabajadores libertarios, así como de la futura constitución de una Federación de carácter nacional. Este hecho desataría una campaña del sector “pro-organización” a favor de la transformación de los gremios en sociedades de resistencia de corte libertario.

La oposición ante este proyecto de infiltración en los sindicatos provendría de las filas del anarco-comunismo, corriente surgida en Europa a finales de siglo XIX como alternativa a las ideas colectivistas que dominaban el pensamiento libertario[1]. Su principal inspirador es Kropotkin, cuyo trabajo La conquista del pan tuvo una amplísima circulación por Argentina, en ediciones de bajo coste, constituyendo una de las principales referencias teóricas del movimiento. En sus primeros momentos, el comunismo caló entre los grupos más radicalizados y más reacios a la organización y la lucha públicas, por lo que tradicionalmente se ha asociado con la estrategia de la “propaganda por el hecho”. Este punto ha de matizarse, pues el propio Kropotkin, al contrario de lo que suele afirmarse, fue muy reacio a la táctica del atentado individual. Sin embargo, es indudable que, en Argentina como en Europa, las ideas comunistas calaron en primera instancia en los núcleos más partidarios de la violencia insurreccionalista, que desconfiaban de la actividad sindical y de la eficacia de la huelga como instrumento de lucha.

La primera plataforma de difusión de las ideas comunistas “anti-organización” fue El Perseguido, publicado desde 1890. Desde este periódico se defendió que la lucha sindical contribuía a integrar a los obreros en el sistema capitalista, ahogando su iniciativa revolucionaria y acomodándolos al orden existente. Por otro lado, a través de un argumento similar al de la “ley de bronce”, se afirmaba que las luchas huelguísticas por obtener mejoras salariales eran inútiles, pues los patronos compensarían las subidas aumentando el precio de los medios de subsistencia. En general, se desconfiaba de todo tipo de organización permanente, especialmente de la federación, que, pensaban, introduciría criterios centralistas en la toma de decisiones.

Todo intento de articular un movimiento sindical se veía como un peligro de institucionalización del anarquismo, que asfixiaría los impulsos hacia la verdadera emancipación. Frente a la organización gremial los anarco-comunistas defienden la formación de pequeños grupos de afinidad, reunidos para un fin concreto y disueltos inmediatamente. A la estrategia huelguística oponen la propaganda, la agitación y la difusión de las ideas libertarias, como medios para despertar la conciencia revolucionaria de las masas.

Frecuentemente, sus opositores argumentaron que era absolutamente incoherente proclamarse comunista y, al mismo tiempo, negar los medios organizativos de lucha. La clave reside precisamente en que, para sus detractores, la organización ahogaba la iniciativa natural hacia la rebeldía que era consustancial a los oprimidos. Confiaban ciegamente en la espontaneidad de las masas, único motor posible del proceso revolucionario. Por ello, concebían que todo intento de encuadrarlas u organizarlas contribuiría a minar su impulso autónomo hacia la emancipación. Lo mismo sucedía con los líderes revolucionarios y con la vanguardia anarquista. Si intentaban orientar o dirigir al pueblo, sólo conseguirían neutralizar su vitalidad espontánea. Desconfiaban, en definitiva, de cualquier elite teórica o sindical que intentase encauzar los impulsos revolucionarios de los oprimidos, cuyos instintos emancipadores eran capaces, por sí mismos, de garantizar el triunfo de la anarquía. Por eso, lo único que podían hacer los militantes ácratas era propagar y difundir sus ideas, “revelar” la buena nueva revolucionaria para agitar el fermento insurreccional que latía en la conciencia de los explotados. Esta es la lógica que explica su apoyo a la “propaganda por el hecho”, pues creían que un atentado individual podía contribuir a despertar el instinto de revuelta inherente a las masas.

Los críticos de los “anti-organización” abducían que el funcionamiento de la sociedad comunista sería una quimera si sus cimientos no se construían en la actualidad. Las organizaciones de resistencia (sindicatos) habían de constituir un modelo y un ensayo general para poner las bases de la sociedad futura. En definitiva, se les achacaba que era imposible ser individualista en los medios y comunista en los fines. Sin embargo, para los “anti-organización”, la sociabilidad era una cualidad intrínseca al género humano, que había sido corrompida por la influencia nefasta del principio de autoridad. En cuanto la violencia y la coacción dejasen de ser los fundamentos del orden social, se asistiría al surgimiento automático de vínculos solidarios que garantizarían la armonía colectiva. La libertad de un individuo, como afirmaba Bakunin, comienza donde lo hace la libertad del otro. Frente al principio burgués de las esferas de libertad personal, se confía en que las voluntades individuales se armonizarán en el mismo momento en que desaparezcan los vínculos autoritarios. De forma automática, desaparecerán las fricciones y conflictos entre los hombres, pues no existe ninguna contradicción que impida compaginar los intereses contrapuestos de los individuos. Sólo rodeado de hombres libres puede una persona alcanzar su libertad, mientras que “la esclavitud de un solo ser humano es la esclavitud de todos”[2].

En general, entre los historiadores, reina una pequeña confusión proveniente del intento de colocar a cada corriente una etiqueta ideológica unilateral. Hay que señalar que, ni todos los comunistas son “antiorganizadores” ni a la inversa. Las dicotomías teóricas son coyunturales y se reducen a ciertos contextos, en los que asistimos a debates dónde suelen simplificarse las posturas en pugna. La oposición entre anarco-colectivistas y anarco-comunistas que he mencionado anteriormente, tuvo lugar en el contexto español, desde donde esta discusión se trasladó a Argentina. Pero no puede extenderse a los círculos italianos, donde, en general, entre los organizadores dominaban las posturas comunistas. El debate de la última década del siglo XIX se centra en un aspecto concreto: la organización; y sólo de forma secundaria adquiere un tono doctrinario (colectivistas VS comunistas).

Este elemento es fundamental para entender el surgimiento del segundo gran órgano del anarco-comunismo antiorganizador: El Rebelde. Comenzó a publicarse en 1898, justo un año después de desaparecer El Perseguido, pero se desarrolló en un contexto bastante diferente. 1898 fue el año de la llegada a Argentina de otro de los mitos del anarquismo italiano: Pietro Gori. Como Malatesta, era comunista y ferviente partidario de la organización, cuyos principios intentó estimular a través de una infatigable labor de conferenciante. Llevó a cabo una intensa campaña de proselitismo en las provincias, contribuyendo a la proliferación de grupos anarquistas más allá de los núcleos tradicionales de implantación. Pero, sobre todo, con su labor de propagandista, contribuyó a dotar de mayor cohesión y coherencia al anarco-comunismo pro-organización, que se convirtió paulatinamente en la corriente hegemónica en el seno del movimiento libertario argentino.

Esta creciente identificación entre comunismo y organización, provocó una reacción entre los comunistas detractores de la participación en los sindicatos, que emprendieron una enérgica campaña opositora utilizando como plataforma El Rebelde. Este nuevo periódico se convertiría, hasta su desaparición en 1903, en la voz de esta corriente crítica, que poco a poco se encontrarían aislada frente a la inmensa mayoría de los militantes, que ya pertenecían a la FOA[3]. La mayoría de los autores consideran que, la clausura del periódico y la integración de los círculos afines en la actividad sindical, supuso la derrota definitiva de la opción “antiorganización”. De aquí en adelante quedaría relegada hasta desaparecer por el triunfo y consolidación de la estrategia anarcosindicalista.

Los artículos de este periódico reflejan a la perfección las ideas-fuerzas del comunismo anarquista contrario a la organización. Declaran que “como táctica no aceptamos ninguna organización con programa ni mínimo ni máximo [...] porque estamos convencidos de que el individuo debe ser libre de sus facultades, lo que dentro de esa organización con tantos compromisos varios no lo puede ser, rindiéndose, al contrario, como instrumento ciego al movimiento organizado.” Por otro lado, desde los periódicos de esta corriente, siempre se defendieron y legitimaron los atentados individuales, recordando y alabando a sus ejecutores como mártires: “Aceptamos los actos individuales de cualquier forma que ellos se presenten [...] porque son útiles a la propaganda, puesto que despiertan a los cerebros adormecidos haciéndolos meditar en el porqué de tales hechos”[4].

Ya El perseguido había dado todo su apoyo a estos actos, desarrollando una intensa campaña dirigida a ensalzar y apoyar al español P. Pallás, ejecutado tras un intento de atentado contra Martínez Campos. Este periódico también defendió y glorificó a Ravachol, autor de varios atentados en Francia, dedicándole un editorial.

Los anarco-socialistas.

Frente a los anarco-colectivistas españoles, inspirados por las ideas de la FRE y la FTRE[5], los círculos pro-organización italianos suelen definirse como anarco-socialistas. Esta denominación, sin embargo, va indisolublemente unida a las ideas comunistas, lo que genera un notable caos terminológico que es necesario aclarar. Para Malatesta, uno de los principales representantes de esta corriente en Argentina, los conceptos socialismo y anarquía son compatibles porque pertenecen a niveles analíticos diferentes. El primero se refiere a la “esencia y objeto de la sociedad humana” mientras que el segundo responde a una de las formas posibles de organizar dicha sociedad.

Resumiendo, para Malatesta el socialismo responde a la naturaleza solidaria de las relaciones humanas, fundamentadas en vínculos de reciprocidad indisolubles que nos inducen a cooperar para alcanzar fines comunes. La anarquía constituye un método, un programa, para realizar en el plano práctico este principio social. En sus propias palabras “socialismo y anarquía no son términos antagónicos ni equivalentes; sino términos estrechamente ligados el uno al otro, como lo es el fin a su medio necesario, como lo es la sustancia a la forma en que se encarna.” El socialismo sin anarquía es el socialismo gubernamental, estatal; mientras que la anarquía sin socialismo “no podría ser más que el dominio de los fuertes.”[6]

En cuanto al comunismo de Malatesta, Gori y sus seguidores, sólo quiere decir, como ya he comentado, que defienden el principio: “de cada cual según sus posibilidades, a cada cual según sus necesidades”, frente al colectivista “a cada cual según su trabajo”. Es decir, se oponen a que los medios de producción pasen a ser propiedad de una colectividad, que restituya a cada miembro el producto íntegro de su aportación en forma de salario. En palabras de Kropotkin: “no podemos admitir con los colectivistas que una remuneración proporcional a las horas de trabajo suministradas por cada uno en la producción de las riquezas pueda ser un ideal, ni siquiera un paso hacia delante.”[7] En suma, vemos como, aunque parezca paradójico, no resulta incompatible ser anarquista, socialista y comunista a la vez. Si no se comprende esto es muy complejo adentrarse en el debate ideológico por el que atravesó el movimiento libertario argentino.

Las ideas anarco-socialistas constituyen el germen del anarcosindicalismo, al defender que, junto a la propaganda oral y escrita, la participación en las organizaciones gremiales ha de ser la estrategia capital de la actividad libertaria. La ideología anarquista ha de propagarse primordialmente en los medios obreros, pues constituyen el sector en el que, potencialmente, tiene más posibilidades de cuajar. Las nociones tradicionales, que, por encima de las clases sociales, dirigían el mensaje emancipador al “pueblo” o los “oprimidos”, comienzan a dejar paso a un novedoso acento sobre la liberación económica del proletariado. Como afirma Juan Suriano[8], la participación activa en el movimiento sindical, va a modificar sustancialmente el discurso “policlasista” dominante en el seno del anarquismo. Incluso asistiremos al surgimiento de una vertiente netamente obrerista, que cuestionará el papel de los intelectuales anarquistas; considerando que el trabajo manual es un requisito indispensable para participar en la actividad sindical y libertaria.

La corriente “pro-organización” se expresará a través de dos periódicos. El primero, L Avvenire, se publicaba desde 1895 y estaba escrito en italiano, siguiendo el modelo primigenio de la prensa anarquista. El segundo, La protesta Humana, constituye un verdadero hito dentro del movimiento libertario argentino. Se fundó en 1897, con el firme propósito de propugnar la entrada del anarquismo en los sindicatos, oponiéndose a la postura de El Perseguido y a la línea anarco-individualista. Sus páginas constituyeron una plataforma sólida para emprender la tarea de transformar los gremios en sociedades de resistencia, impregnadas de la ideología y los fines libertarios. Uno de los aspectos más destacados es su inusitada duración y continuidad, poco común en los periódicos anarquistas, que habitualmente atravesaban por complejísimos problemas de financiación. Ello se debe a que el movimiento en su conjunto se volcó con La Protesta Humana, contribuyendo a su viabilidad económica, a través de donaciones y suscripciones masivas. Por este motivo, además de representar nítidamente a una corriente, pronto se convirtió en “patrimonio común” de los anarquistas, en su más sólido y estable medio de expresión.

De hecho, a través de la evolución de La Protesta Humana podemos realizar un análisis del devenir del anarquismo en su conjunto. En el momento de su fundación respondía al modelo tradicional de este tipo de prensa: era un órgano de carácter teórico, que publicaba traducciones y reproducciones de las discusiones europeas. Pero, progresivamente se convirtió, de facto, en el vocero oficial del movimiento obrero de inspiración libertaria. Progresivamente, a medida que el debate sobre la organización se decantó definitivamente a favor de la participación en la FOA, la mayoría de periódicos fueron desapareciendo. Los opositores por falta de apoyo e influencia (como El Rebelde en 1903), mientras que los partidarios de su línea (como L’Avvenire en 1904) fueron siendo absorbidos por La Protesta Humana, que capitalizó las ayudas financieras y los lectores. Paulatinamente, la forma y el mensaje del rotativo fueron cambiando. Los contenidos teóricos, adaptados a los militantes de los círculos anarquistas preocupados por el debate intelectual; fueron dejando paso al paradigma de la prensa “de masas”, dirigida al conjunto de los trabajadores. Se informó periódicamente de las movilizaciones sindicales, se amplió la sección de “movimiento obrero” y se introdujo un mensaje adecuado para el gran público. Todo ello respondía al nuevo interés de los anarquistas por concentrar sus esfuerzos propagandísticos en los medios proletarios.

Los grupos críticos con esta estrategia, mientras tuvieron fuerza para hacerse oír, argumentaron que este proceso contribuía a “vulgarizar” y “depreciar” la ideología anarquista para adaptarla a un círculo más amplio. Eran partidarios de que el pensamiento libertario se dirigiese a aquellos militantes realmente concienciados, con la cultura y la formación suficiente como para comprender en toda su profundidad la teoría anarquista. Son frecuentes, por ejemplo, las quejas que afirman que el movimiento se ha convertido en poco más que una “moda”, difundida masivamente entre sectores que no promulgan con la ética ni el modo de vida libertarios.

Este proceso culminó cuando en 1904 el periódico cambió de nombre, pasándose a llamar simplemente La Protesta y convirtiéndose en diario. Poco después el intelectual anarquista Alberto Ghiraldo se hizo con la dirección e intentó convertirlo en un órgano al servicio de la FORA. Como relata Suriano, este intento se encontró con la virulenta respuesta de los “doctrinarios puros”, preocupados por la posible devaluación del mensaje libertario. En palabras de otro intelectual clave del movimiento, Eduardo Gilimón, “la FORA tenía un matiz anárquico pero en su esencia era un organismo obrero, dentro del cual había trabajadores sin ideales sociológicos y había socialistas. La Protesta [...] corre el riesgo de dejar de ser una publicación anarquista”.[9] Pero, a pesar de estas reticencias, el periódico acabó cumpliendo la función de portavoz del movimiento obrero, lo que consolidó el definitivo viraje del anarquismo hacia la participación en la actividad sindical. De hecho, en el IV congreso de la FORA (1904), figuraba un punto que establecía la necesidad de crear un diario obrero como órgano de la Federación. Pero, al constatar la existencia de La Protesta, se decidió entrevistarse con su redacción “a fin de ver si es posible que en las páginas del cotidiano anarquista se refleje más ampliamente todo el movimiento, en cuyo caso la Federación le prestaría apoyo material y moral.[10]

Finalmente, creo necesario puntualizar resumidamente algunas de las grandes diferencias teóricas que separaban a la corriente anarco-socialista de sus rivales “anti-organización” del El Rebelde. Los instrumentos de lucha predilectos de los primeros eran la huelga general y la propaganda oral y escrita. En cuanto a la primera, siguiendo la senda del anarcosindicalismo, opinaban que las luchas parciales aumentaban la conciencia revolucionaria de los obreros, les preparaban para el día de la emancipación y les entrenaban en el enfrentamiento directo con sus patronos. El sindicato servía para educar a los trabajadores y fomentar los vínculos de solidaridad; pero también constituía el germen del modelo de organización de la sociedad futura. Aquí residía el punto de fricción fundamental con los detractores de la organización. Para ellos, si el sindicato se convertía en regulador de la producción, la revolución degeneraría en un nuevo modelo de tiranía económica.

Al hablar de la ideología anarcosindicalista, es necesario mencionar la serie de artículos publicados en La Protesta Humana por el español Antonio Pellicer Paraire en 1900. Todos los autores coinciden en considerarlos como uno de los principales instigadores teóricos de la participación en los gremios, hasta el punto de que Abad de Santillán lo considera “el impulsor directo del congreso que llevó a la fundación de la Federación Obrera [la FOA]”. Sus ideas provienen de su militancia en la FRE española, de la que fue uno de los líderes más destacados. El título de los artículos, La Organización Obrera, es de por sí suficientemente ilustrativo. Para Pellicer Paraire la fuerza que había de adquirir la clase obrera para lograr su emancipación sólo podía provenir de la asociación de esfuerzos, de la organización Sus ideas sirvieron para superar la fe en la espontaneidad de las masas y en la fuerza de la propaganda y la crítica social. Para elaborar un instrumento organizativo capaz de preparar y asegurar el triunfo revolucionario era necesario dar un salto cualitativo con respecto al modelo gremial. En palabras de Abad de Santillán: “La organización obrera no debe ser un simple órgano de defensa, sino un instrumento para despojar a la burguesía de sus privilegios e instaurar un nuevo orden social”.[11]

Pellicer Paraire propugna un modelo societario fundamentado en el Libre Pacto de los trabajadores, siguiendo el modelo federalista de Bakunin. Este pacto ha de basarse en la solidaridad entre sus miembros y en el riguroso respeto de los derechos y libertades de los individuos dentro de la organización. El primer nivel lo constituyen las federaciones de oficio, creadas por los trabajadores de un mismo ramo. Fundadas en cada localidad, debían unirse para constituir federaciones regionales (equivalentes a las nacionales) y estaban destinadas a extenderse a nivel mundial. En una segunda dirección, se fomentará la asociación entre las diversas ramas de oficio dentro de una misma localidad y región. De esta forma se construirá un gran pacto federativo que vincule a los trabajadores siguiendo dos criterios paralelos: el profesional y el regional. Esta vasta organización obrera responderá a los siguientes propósitos: 1) mejorar las condiciones de trabajo; 2) prestarse los asociados mutuo y fraternal apoyo; 3) procurar a los adheridos instrucción y recreo; 4) practicar la solidaridad con todas las asociaciones obreras que sostengan idénticos propósitos; 5) encaminar todos los esfuerzos a la emancipación social[12]. En estos cinco puntos reside la esencia de la futura ideología anarcosindicalista.

Este hincapié en la organización, frente a la fe ciega en la espontaneidad popular, también se manifiesta en las nociones sobre la sociedad futura. Según las ideas de los comunistas “antiorganización”, los intereses de los individuos se verían automáticamente armonizados tras la revolución, estando de antemano garantizada la compatibilidad de las libertades personales. Para Malatesta, el gran teórico del anarco-socialismo pro-organización, las cosas no son tan simples. “Vana es, y completamente desmentida por los hechos, la creencia en una ley natural en virtud de la cual la armonía entre los hombres se establece automáticamente, sin necesidad de su acción consciente y querida. Aún destruyendo el Estado y la propiedad individual, la armonía no nace espontáneamente, como si la naturaleza se ocupara del bien y el mal de los hombres, sino que es necesario que los mismos hombres produzcan, establezcan esa armonía.”[13]

Del mismo modo, desde la prensa pro-organización se condenaron sistemáticamente los atentados individuales, considerados como impropios de la ética libertaria. En un manifiesto de protesta contra estos métodos, tras ridiculizar a los responsables y tacharlos de pedantes, fanáticos, miserables y canallas, se afirma: “no sabemos cómo podríamos efectuar un movimiento regenerador con medios depravados, porque creemos que las buenas doctrinas deben ir acompañadas de buenas obras. La anarquía es la paz, el amor...”[14] También el propio Malatesta criticaría vehementemente la violencia individual y los actos de venganza de aquellos que “se hacen árbitros de la vida y muerte de los demás y llegan a decir que ¡se tiene derecho a matar a aquellos que no piensen como nosotros¡”. Afirma en referencia a un atentado en Barcelona: Esto es ya algo peor que la venganza: es el furor morboso del místico sanguinario, es el holocausto sangriento sobre el ara de un Dios... o de una idea, que a la postre es lo mismo.” Frente a estas acciones reclama que los anarquistas no odian a nadie, ni luchan para vengarse, y recuerda que “una revolución libertadora, no puede salir del exterminio y del terror, que fueron y serán siempre generadores de tiranía.”[15]

El anarco-individualismo.

Constituye, sin lugar a dudas, la corriente más minoritaria y extravagante dentro del anarquismo argentino, representada fundamentalmente por el periódico Germinal, que, desde 1897, desarrolló una notable oposición al avance de los planteamientos societarios. No sólo se declaran individualistas en los medios (como los comunistas anti-organización), sino también en los fines. En cierta medida confían en la armonía natural posrevolucionaria, pero en algunos puntos sus planteamientos son mucho más llamativos. Se hallan fuertemente influidos por una lectura sui generis de Nietzsche[16], así como por El Único de Stirner o El individuo contra el Estado de Spencer. Como resultado de estas ideas, confían en que, tras la abolición de la autoridad, sobrevivirán y evolucionarán sólo los fuertes, mientras los débiles perecerán irremediablemente. Consideran el egoísmo con un elemento de progreso, despreciando el altruismo y a la ayuda mutua, y negando el elemento positivo del trabajo. Ven al individuo como una entidad soberana y autosuficiente, que ha de alcanzar la libertad mediante una lucha incesante contra la sociedad, que siempre es un factor de opresión. Finalmente, apoyan firmemente el atentado individual como forma idónea de lucha junto a la agitación, esbozando planteamientos marcadamente nihilistas.

Creo que será muy útil citar con sus palabras algunas de principales ideas-fuerza: “El altruismo convirtió al individuo en un rendido y en un obediente. [...] El individuo en quien no despertó el egoísmo no puede entender la vida.” “Como individualista no trazó sistemas morales, sólo sostengo que cada cual obrará según su propio temperamento... sostengo que vivan los aptos para la vida, desapareciendo los que no lo sean... Así marcho hacia la Anarquía.” [17] Como vemos, nos encontramos ante una curiosa mezcla del egoísmo nietzscheano con un planteamiento evolucionista cercano al darwinismo social.


BIBLIOGRAFÍA.

Abad de Santillán, Diego. La FORA. Ideología y trayectoria. Ed. Proyección. Buenos Aires, 1971.

Bakunin. El principio del Estado. Obras completas, Tomo4. Ed. La Piqueta. Madrid, 1979.

Kropotkin. La conquista del pan. Ed. Júcar. Madrid, 1977.

Malatesta, Errico. Escritos. Fundación Anselmo Lorenzo. Madrid, 2002.

Nietzsche, Friedrich. El ocaso de los ídolos. Ed. Edimat. Madrid, s.f.

Oved, Iaacov. El anarquismo y el movimiento obrero en la Argentina. Siglo XXI. México, 1978.

Suriano, Juan. Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires. Ed. Manantial. Buenos Aires, 2001.


[1] Los anarco-colectivistas, seguidores de Bakunin, eran partidarios del principio revolucionario “a cada cual según su trabajo”, en virtud del cual los individuos debían obtener un salario que reflejase la cantidad exacta de esfuerzo aportada a la comunidad. Frente a este sistema de remuneración por horas trabajadas, los anarco-comunistas defienden el lema “de cada cual según sus posibilidades, a cada cual según sus necesidades”, según el cual el individuo ha de tener acceso ilimitado a todos los bienes que necesite independientemente de lo que aporte.

[2] Bakunin. El principio del Estado. Obras completas, Tomo4. Ed. La Piqueta. Madrid, 1979.

[3] Federación Obrera Argentina. A efectos prácticos, podríamos considerarla como el “equivalente” de la CNT en Argentina. La FOA (posteriormente denominada FORA), fue una de las expresiones más exitosas del anarcosindicalismo, hasta el momento en que el elemento libertario perdió la hegemonía.

[4] Citas de El Rebelde incluidas en Oved, Iaacov. El anarquismo y el movimiento obrero en la Argentina. Pág. 94.

[5]La FRE (Federación Regional Española) constituye la sección de la I Internacional en nuestro país. Dominada indiscutiblemente por el elemento bakuninista (opuesta, por tanto, a la táctica marxista), permaneció activa entre 1869 y 1874 (al ser ilegalizada tras la Restauración). Cuando las condiciones políticas volvieron a permitirlo, en 1881, los anarquistas españoles abandonaron la clandestinidad y fundaron la FTRE (Federación de Trabajadores de la Región Española), disuelta en 1888 debido a la tensión interna entre colectivistas y comunistas.

[6] Malatesta, Errico. Escritos. Fundación Anselmo Lorenzo. Madrid, 2002.

[7] Kropotkin. La conquista del pan. Ed. Júcar. Madrid, 1977. Pág. 26.

[8] Suriano, Juan. Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires. Ed. Manantial. Buenos Aires, 2001.

[9] Citado en: Suriano, Juan. Anarquistas. Ed. Manantial. Buenos Aires, 2001. Pág. 191.

[10] Abad de Santillán, Diego. La FORA. Ideología y trayectoria.

[11] Abad de Santillán, Diego. La FORA.

[12] Op. cit.

[13] Malatesta, Errico. Escritos. Fundación Anselmo Lorenzo. Madrid, 2001. pp. 18-19.

[14]Citado en Oved, Iaacov. El anarquismo y el movimiento obrero en Argentina. Pp. 59-60.

[15] Todas las citas están extraídas de: Malatesta, Errico. Escritos. Pág. 31.

[16] La influencia de Nietzsche sobre ciertas corrientes anarquistas es un fenómeno sorprendente, especialmente cuando acudimos a la obra de este filósofo. Un magnífico ejemplo:“Cuando el anarquista, como portavoz de las capas sociales decadentes, reclama [...] “igualdad de derechos”, habla sólo bajo el peso de su propia incultura que le impide saber por qué sufre realmente, de qué es pobre: es decir, de vida. [...] Tanto el cristianismo como el anarquismo son decadentes. Pero incluso cuando el cristiano condena, calumnia y ensucia “el mundo”, lo hace movido por el mismo instinto que empuja al obrero socialista a condenar, calumniar y ensuciar la sociedad. El propio “juicio final” es, igualmente, el dulce consuelo de la venganza, la revolución que también espera el obrero socialista.” Extraído de: Nietzsche, Friedrich, El ocaso de los ídolos, Ed. Edimat. Madrid. Pp 123-124. (Los subrayados pertenecen al original).

[17] Citados en Oved, Iaacov El anarquismo... Pp. 81-82. El primer fragmento corresponde a Germinal y el segundo El escalpelo.

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